lunes, 14 de mayo de 2012

El bondi o la vida


Cuando era adolescente me gustaba subir a colectivos de los cuales desconocía el recorrido. Me sentaba en un asiento de los de la fila de a uno y me dejaba llevar por caminos nuevos. Y no es que me alejara tanto, pero en aquellas épocas, Coghlan o Liniers se  me alumbraban tan lejanos como Ushuaia o Hanói. Cuando el llamado de la cautela sonaba, preguntaba al chofer como volver a Retiro o, simplemente me quedaba sentado hasta que el móvil iniciara el retorno. No existía un peligro real de perderme.
Aunque ahora me ubique mejor, a veces tengo la sensación de estar fuera de mi recorrido, como  si distraído en alguna estación mi colectivo se hubiera ido sin mi, y por mas que lo corra y o siga con la mirada el continúa alejándose  apenas dobla la esquina. Y me obsesiono con la idea de que mientras yo busco el camino de regreso, mi vida continua su camino por una dimensión lejana, fuera de mi alcance. Supongo que no soy el único, mucha  gente se siente, por momentos, extraviada de su propia vida. ¿Que hacer entonces para diluir este grumo mental en la pasta homogénea del día a día? Hay quienes se intoxican de trabajo, otros se entregan al alcohol. Muchos a quien solo lo deslumbra el dinero. Unos se la pasan midiendo sus verdades con las del otro, sin ver por la ventana. Diferentes métodos para no echar de menos aquel colectivo, o aquella vida de la que nos hemos caído, o abandonado en un movimiento entre voluntario y no.
En un intento de recuperar esa vida, busco imágenes o sonidos que me remitan a ella, pero fuera de su propia dimensión esos recuerdos son como una guía de paginas amarillas. Mis héroes son muñecos sin pila, y estribillos mas estimulantes me suenan todos a bolero. Como si una nube de humo opacara la memoria
Creo que mucha gente se resigna y reconoce su desorientación como una suerte de retiro voluntario en el que base de sofá, televisión y miedo se irán acostumbrando a ese barrio ajeno.
Por suerte todavía no conozco todos los barrios de Barcelona y  busco  el camino de regreso antes de irme demasiado lejos.
Al ver al señor que espera delante mío para volver a Plaza Cataluña me gusta imaginar que espera tenazmente el regreso de su vida, donde quiera que este girando, para subirse de nuevo a ella y vivirla, esta vez, con muchísimo mas coraje y gratitud que antes.
Hay que estar al loro, por si vuelve a pasar la vida por delante, para subirse de nuevo. Aunque sea en marcha.

jueves, 26 de abril de 2012

Ni pío


Salí a buscar unos rayos de sol en este extraño invierno de Barcelona, crucé la bufanda cerca del pecho y me hundí la boina hasta las orejas. Ya en la caminata saqué del bolsillo el cable blanco de los auriculares, que siempre se enreda no importa el esmero que me tome en guardarlos. Quizá sea el espíritu libre de la música que no entiende de izquierdas o derechas. La voz de Leonard Cohen, caía como las hojas del otoño pero esta vez no lograba conectarme con su música: percibí en el auricular izquierdo una interferencia, una chispa que incomodaba mi paseo. Intenté soplando dentro, lo sacudí pero nada. No se por qué intente usarlos al revés, con la L en mi oreja derecha y la R en la izquierda y para mi sorpresa la chispa no solo no desapareció sino que permaneció del lado izquierdo. No era el auricular lo que se había alterado, sino la parte izquierda de mi cuerpo. Mi ojo izquierdo veía las hojas muertas mientras que al derecho le parecían doradas, mi mano zurda tenía frío y se fruncía en un puño mientras la otra marcaba el ritmo de la canción con el índice paralelo al suelo. Hasta el caminar difería, mientras mi costado oscuro se arrastraba, mi parte derecha tiraba hacia adelante como un niño ansioso por llegar al kiosco.
Cuando era chico y me quedaba solo jugando en casa, luego de armar dos ejércitos de soldaditos idénticos, iba cambiando de bando para hacer la lucha lo más simétrica posible, no era raro que los conflictos derivaran todos en tregua cuando me llamaran a comer.
Volví a casa y me senté en el balcón a meditar sobre esto pero el sol de la tarde me acunó hasta entrar en una tibia somnolencia. Como una caricia subliminal se fue metiendo en mi pereza el canto de un pájaro, un trino, después otro, y pronto la música le agregó dimensión a mi modorra. Unos rayos de sol calentando el pecho y el canto del pajarito, trajeron la primavera en plena ola de frío siberiana y pronto llegué a ese punto donde uno entiende que no necesita más para estar bien. Pero ese vértice de sabiduría es más estrecho que la punta de una aguja y siempre pierdo el equilibrio y caigo. De un lado o del otro.
En una cabeceada me espabilé y enderecé el cuello que sonó como un xilofón de madera. Para mi sorpresa el pájaro seguía cantando alegre, como si no se hubiera dado cuenta de que ya me había despertado. Lo busqué con los ojos por el contrafrente de edificios, hasta que me topé con una pequeña jaula cubierta de óxido. No alcancé a ver al intérprete pero di por sentado que vivía allí. Y esa imagen fue suficiente para que el debate de hemisferios se desatara sin campana de largada. Mi parte derecha seguía gozando del pío pío sin preocuparle el espíritu de la melodía, mientras desde la mitad izquierda del recinto una voz de torno estipulaba que es inaceptable disfrutar de la queja de un animal encerrado contra su voluntad.
Ojalá pudiera dar mi opinión en estos dilemas, darle la voz a un ganador, pero nunca estoy seguro y el debate se alarga hasta que me saco los auriculares y subo fuerte el volumen de la vida para no escuchar por un rato.

miércoles, 1 de febrero de 2012

To bic or not to bic

A todos lados voy con mi libreta. Y tomo notas de personajes, diálogos que escucho, ideas que se me ocurren. Unas veces escribo con lápiz y otras con birome. El lápiz me obliga a escribir mas lento y a sacarle punta de vez en cuando lo cual es un ejercicio artesanal que a veces ayuda a la reflexión. Pero la diferencia mas profunda que encuentro entre el lápiz y el boli (como le dicen acá) es la manera en que terminan. El bolígrafo no altera su forma ni siquiera cuando agoniza, y uno aseguraría que esta muerto si no fuera porque ya no canta nada, incluso cuando a veces resucita de repente para toser tres garabatos y quedar seco sin terminar de anotar un numero de teléfono importante. Será por eso que mucha gente se resiste a desprenderse de biromes. Las dejan acodadas en la barra de un portalápices, secas por dentro y que al final mueren a traición, como la garrafa de gas en plena ducha.
 Las apariencias no engañan, nos engañamos nosotros. Si en mil años unos arqueólogos encontraran mis pertenencias, deducirían por la cantidad de biromes que conservo que escribía mucho (lo que no es cierto) pero nunca podrían saber sobre qué escribía, porque lo memorable no vive en los esqueletos: una calavera podrá mostrar las órbitas de los ojos, pero nunca lo que estos ojos vieron.
 El lápiz, en cambio, exhibe su deterioro, el paso del tiempo. Marcas de ansiedad que le arrugan el lomo, la goma gastada al ras, sus letras cada vez mas chicas. Va muriendo por dentro y por fuera, y va encogiendo sus funciones, hasta ser un cadáver que uno despide con pena pero sin culpa.
Tenemos una curiosa obsesión por la cáscara: frascos vacíos, encendedores ,todo tipo de cajas, latas de galletitas nórdicas. Objetos que conservan su cáscara al costo de su dignidad, como los caracoles que se coleccionan aunque no guarden gota de vacaciones felices en su interior. Todo tiene espacio junto a las biromes secas. Y pienso en la gente que se aferra con puntos y siliconas a sus máscaras, conservan saludable la cascara aunque por dentro todo esté seco. Aunque ya no tengan nada que decir, pero que el cadáver sea agradable, por favor.
 Me parece mas noble la actitud existencial del lápiz que la de la birome aunque no les deje huellas a los arqueólogos.
Quizás la cuestión sea sacarse punta cada mañana frente al espejo, aunque provoque espanto comprobar cómo uno se va agotando y saber hasta donde da, o no, nuestra punta y cuidarla para que no se gaste antes de haber acabado esta columna, o la vida. Pero eso es más una cuestión de conciencia, algo mas saludable que un cadáver exquisito.