martes, 11 de octubre de 2011

El burdel de los sueños


Todos duermen. Intento leer pero la pereza y el olor a pinos que entra por la ventana me cierran los ojos. Acaricio la mano de mi esposa y bajo por ese bosque de aromas hacia el sueño. Camino por calles muy iluminadas, con anuncios que se prenden y apagan. El neón de hunde en humo de habanos y remolinos de ruleta que me inspiran audacia. Avanzo hacia una mesa donde hay 3 hombres sentados de espaldas que me dan la sensación de ser despreciables. Pido cartas y juego con ellos. Huelen sangre, soberbios y despiadados. Me sonríen, me acompañan. La montaña de fichas crece y crece. Me siento poderoso, el dueño de mi destino.
Urgente aparezco en un baño enorme , muy blanco,
exageradamente limpio. Sobre la tapa del inodoro armo dos líneas, mejor tres, me refresco y salgo. Vuelo sobre un ruido de máquinas y una lluvia de monedas. En un rincón una lámpara oscila sobre el paño verde, ya no queda nadie y mis fichas tampoco están. Camino. Una gran danesa que se sale de la blusa con bestial dulzura, rouge y risa de champagne.
Una bocanada de olor a coche nuevo me lleva a un buen hotel.
La cojo por detrás, mirándome fijo en un espejo, soy demasiado yo. La atropello con fuerza por unos pocos instantes y todo se desvanece.
Me desplomo en el colchón desierto, entre sabanas frescas con olor a estreno. Y sueño que corro, tambaleándome como un elefante borracho sin poder ordenar mi marcha. Corro descalzo por el bosque, el olor a tabaco y putas me da nauseas, y lo trago entre harcadas. Descalzo entro a una habitación, hay una señora durmiendo, y a su lado un hombre acostado con el traje de oficina puesto que la toma de la mano.
La casa esta en silencio y armonía, un aburrido hogar donde me siento contenido, quiero quedarme.
Abro los ojos dos minutos antes de que suene el despertador, beso a mi esposa y salto de la cama.
Y mientras le sirvo el desayuno a mis hijas disimulo la peste a culpa que sale de una mancha en mi pantalón.

jueves, 6 de octubre de 2011

Ladron de mi cerebro


La Barceloneta es la playa mas cercana al centro de la ciudad y la mas criticada por los catalanes. Además de tener nombre de chancleta está siempre desbordada de turistas. Sin embargo, poder mirar el mediterráneo cada mediodía es una bendición que sigo aprovechando.
Devolví la bicicleta, me puse los auriculares, un reggae me acaricio la nuca y desandé los pocos metros que me separaban del mar. Antes de cruzar la calle imagine el camino que tendría que hacer entre la gente para llegar hasta a la costa. Faltaba poco y el horizonte era un imán azul
El único verde que me faltaba era el del semáforo que tardaba en cambiar. Me quedé mirando los dedos de mi pie que seguían el ritmo de Bob en las ojotas. De repente, como una cachetada, una sombra veloz me devolvió al ruido de los autos. Entre mi cara y mis pies se balanceaba el cable blanco que colgaba de mis orejas. ¿Que había pasado? Todo seguía igual, el mar a pocos metros, las turistas en topless, la sombra de las palmeras hamacándose. No había pasado nada además de que Bob y mi teléfono se habían ido en una moto.
Quedé mudo paralizado, impotente. Pero esas reacciones iniciales fueron las mas suaves. Lo peor llegaría de a poco, como en un goteo de malas noticias.
Con el teléfono se fueron los números de todos mis amigos y el de mi analista. El horario del medico y la lista del supermercado. Las fotos del perro, los mensajes que no leería nunca y la lista de grandes libros por descubrir. Hasta programa que me indicaba las combinaciones del subte y las estaciones disponibles para recoger mi bicicleta. El mapa de la ciudad y la alarma. La linterna, la brújula y la dieta que iba a empezar cada lunes.
Intenté consolarme con ese pasado donde no era necesario ningún teléfono salvador, pero no lo conseguí. El vacío era mas desgarrador que un tango del polaco.
¿Qué hora es? También se fue mi reloj, la guía de las farmacias de turno y el horario de los cines. El código para retirar las entradas del show de mañana. Bob y sus amigos con la música a otra parte. Que desolación. Comienzan a caer las gotas y me recuerdan que mi amigo virtual me hubiera advertido que lleve un paraguas. Camino a casa mirando el suelo, como buscando algo de todo lo que perdí. Crisis. Ya no soy yo. ¿Como era yo antes de internet?

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Rebel music


Los costos del agua hacen que los baños de ducha tengan que ser mas cortos, pero uno se acostumbra y después de un día de playa se agradece que, aunque efímera, el agua dulce le devuelva la sal al mar. En pleno champú estaba cuando un sonido corto se clavó en mi sistema nervioso.
Así como algunos olores me llevan sin recorrido a un contexto exacto de mi pasado, los sonidos pueden trasladarme a emociones puras, que se instalan antes de poder nombrarlas.
Me quedé inmóvil, a la espera. El chistar de la ducha parecía pedir silencio.
Y otra vez, un golpe metálico, desafinado y arrítmico. Pero certero. No hizo falta otro, cerré la ducha, me até la toalla a la cintura y chorreando agua salí del baño, subí la escalera y me asomé al balcón que da a un pulmón de manzana. El Montjuic de fondo, el teleférico subiendo en cámara lenta, la tarde quieta. Busqué como si con los ojos pudiera encontrar el origen del ruido, pero todas las ventanas parecían sonreír como una dentadura despareja. Casi cuando el recuerdo se apagaba, volví escuchar el tañir, bien cercano. Y allí la vi. Una señora de canoso pelo corto, con una bata violeta, golpeaba una sartén con una espumadera. Y entonces la música localizó la emoción. Buenos Aires 19 de diciembre del 2001. Tiempos de hartazgo y revoluciones que salían de las cocinas. Las cacerolas que marcaban el paso de una marcha que nos llevaba a todos a la plaza. Y el abismo, y el coraje. Y yo y cada uno partes de la historia para siempre.
La señora mira al horizonte como una Doña tota Guevarista. Pronto como un eco a destartalado escucho otra que acompaña y como un contagio otra mas. Sorpresa y coincidencia, un pulmón manzana en Catalunya me regala un playback de mi vida 10 años después. Luego el previsible dejavú, las marchas, las plazas, los jóvenes caminando por el medio de la calle.
Ahora cada tarde, a la salida de las escuelas los padres tocan un poco las cacerolas reclamando por la educación, y en las manifestaciones contra los recortes de salud, los médicos, cacharro en mano, me recuerdan aquella rebelión.
Tan parecido pero tan distinto, acá indignados, allá desesperados. No se como sigue, ni creo que importe. Gracias señora de la bata violeta por devolverme la banda de sonido de mi vida a través del ventiluz del baño.

Ovejero y alemán






—Andá a mostrarle el perro a Marcela.
— No papá, ¿ para qué?
— Andá te digo, no seas cogón. Andá, que tu madre y yo tenemos que hablar.
La sugerencia fue mucho más fuerte que mis ganas. Mirando para abajo, fui a buscar la correa. Cerré la puerta y dejé los gritos atrás.
Crucé la calle y caminé hacia la izquierda, apuré el tranco al pasar por el baldío y cuando llegué a la esquina tuve que pegar un tirón de la correa para que Cipol no baje a la calle. Desde un cable cruzado en diagonal un farol rodeado de bichos iluminaba el piso de tierra. Doblé a la derecha. El cachorro me llevaba como a un barrilete. Mientras me acercaba a la casa tenia mas vergüenza, no sabía ni qué estaba haciendo.
Las luces de la casa celeste estaban prendidas, y de las ventanas abiertas se escuchaban las voces del televisor. Las excusas para desobedecer me dejaron solo.
Toqué el timbre con timidez.
—¿Quién carajo viene a joder? Gruño un hombre en voz baja.
— ¿Quién es? – dijo la misma voz.
— Luisito, el chico de Pérez– quise decir como un hombre, pero me salió un susurro.
No contestó nadie.
— ¿ Quién es ? - dijo mas fuerte.
—Soy yo.
— Andá a ver – dijo una señora.
La oscuridad del pasillo traía un eco de chancletas aplaudiendo talones. Cipol se subió al alambre y empezó a ladrar, le pegué un tirón y cayó con el lomo en la vereda pero enseguida se paró y fue a oler un árbol.
Un hombre con pantalones cortos de futbol se asomó por la puerta. Se paró frente a mi, con las manos en la cintura y me miro de costado, como con un solo ojo
— ¿ Y vos? Me preguntó, mientras sostenía la puerta con el pie para que no se cierre.
— Soy el chico de Pérez.
— Ya sé quién sos ¿ y que andás haciendo a esta hora por acá?
— Vine a mostrarle mi perro nuevo a Marcela – le dije y miré para el costado apuntándolo al Cipol con la pera.
El Cipol estaba arqueado como un canguro, mirándonos fijo mientras le cagaba el cantero al señor
—Ahhh, claro. –dijo el hombre, hamacando la cabeza hacia adelante.
— Querido son las doce y media de la noche, Marcela duerme a esta hora. Yo le digo que viniste. En un solo movimiento giró sobre un talón y desapareció en el pasillo. El resorte de la puerta se estiro al máximo, crujió y se cerró como una cachetada, peinándome el flequillo para atrás.
Confirmé que mi misión había terminado y que nunca había tenido sentido.
Volvimos caminando con el Cipol, que contento movía la cola como un pescado. Con la mano libre pasaba las manos por la ligustrina y cada tanto arrancaba una ramita que masticaba y después escupía igual que papá. Alargaba el regreso para que no piensen que no me había animado.
Me dijo "anda a mostrarle el perro a Marcela” como si me hubiera dicho “andá a la esquina a ver si llueve", pensé. “Total el mañana se va a trabajar, pero yo tengo que verla en el cole”
Entré por la puerta del garaje que estaba entornada , ví que el auto no estaba, largué al Cipol, que rajó para el patio. Las luces estaban apagadas y no se oía nada. Entré por la cocina sin hacer ruido y me fui a acostar. No quise cerrar los ojos pero igual me dormí y soñé que tenia una familia, soñé que tenia una casa. Soñé con todos los besos que le daría a Marcela aunque ella no lo sepa.

viernes, 29 de julio de 2011

IEMANJA

El departamento era un cubo con dos habitaciones, en una de ellas había una maleta a medio deshacer sobre la cama, unas zapatillas de running descansando y papelitos dorados de toblerone por todos lados. Sobre la mesa del living había una revista soft porno y una tarjeta de embarque de Lufthansa. "Mr. Plotinski. Varsovia-Frankfurt-Salvador. 31 jan 1999.
Me duché y me vestí con ropas livianas para salir a dar una vuelta. Necesitaba ventilar un poco la cabeza, estirar las piernas. Bajé por una calle arbolada, las flores colgaban voluptuosas de los arboles. El clima húmedo me hizo transpirar y me quité la camisa. El sudor de mis pies resbalaba en la goma de mis ojotas nuevas.
Una mujer mayor, redonda en su falda blanca y con un turbante en la cabeza pasó caminando a mi lado. Por mirarla resbalé y patee sin querer un pequeño altar, unas velas rojas que iluminaban unas figuras que no reconocí.
Llegué a una playa de arena clara. La marea estaba baja y dejaba al mar alejado del malecón. Me acerqué a la costa y observé el horizonte como si fuera la ultima vez.
Caminé por el límite húmedo que deja el agua al retirarse y de vez en cuando permití que la espuma tocara mis pies. El olor se filtraba en mis divagaciones y la humedad salina se me pegaba en las manos.
Agobiado por el calor me detuve en un chiringo, pedí algunas caipiriñas de más. Mujeres en biquini desfilaban de un lado al otro de la playa reflejando una luz cobre.
Aturdido por el sol y la cachaca percibí la mirada de una morena muy joven. Su sonrisa asomaba entre las hojas de una palmera que se balanceaban con el viento. Mientras dudaba, como siempre, ella se levantó, pasó entre unos frondosos helechos y avanzó decidida hasta mi mesa. Sus pezones me miraban fijo a través de dos triángulos verdes.
— Buenas tardes—
— Muy buenas, ¿querés sentarte conmigo?
— ¿Estás solo?
— Con tu ausencia. Andrés¬—me presenté-
— Renata.

Bebimos y reímos por igual, los roces sucedieron con falsa inocencia. Cuando las sombras ya se alargaban decidimos darnos un baño. Caminamos hacia la costa de la mano. Bromeamos con el frio de agua. Renata se aferró a mi con sus brazos y sus piernas. El primer beso inauguró nuestra intimidad. Arriba y abajo, flotamos. Salados, el pelo mojado, las manos bien abiertas. Arriba y abajo. Las uñas en la piel.
Sus pies se hundían en la arena y se levantaban en punta de pie, marcando sus largas pantorrillas negras. Una tobillera de piedras rojas, marcaba el ritmo de sus pasos. En su bikini lima era como una Eva del trópico.
—¿Vocé sabe que día es hoy?
—Dos de febrero.
—Fiesta de Iemanja, hoy los espíritus de los esclavos salen del mar para jugar.
—Como nosotros?
—Quizás puedas ser mi esclavo hoy—dijo y una carcajada quedo flotando como el humo de un cigarrillo.
La playa comenzó a poblarse de personas vestidas de blanco, caminaban lento rumbo al mar como en una procesión. Llevaban flores y velas. Miles de llamas a lo ancho de la bahía eran un camino de fuego que entraba en el mar oscuro. Un pulso lento de tambores acompañaba el respetuoso ritual. La gente entregaba ofrendas al mar. Las flores y las frutas flotaban entre las velas, las faldas de las mujeres eran lotos blancos fosforesciendo. En silencio comenzaron a salir. Alrededor de fogatas celebraban y bailaban. No pude sentir evitar envidia por la alegría de su fe.

Cuando noté que había olvidado mi camisa me alegré de que el chiringo estuviera tan lejos, y le pedí a Renata que me acompañara al depto. para buscar otra. Sonrió a través de su pelo ondulado y dejando caer la cara hacia un costado dijo que si en silencio. Borrachos, nos escondimos del conserje y llegamos al departamento, desde dentro sonaban Los Pet Shop Boys a todo volumen. Abrí la puerta con sigilo. Mediante señas le indiqué a Renata que mi compañero estaba en el baño. Entramos a mi dormitorio, furtivos, nos besamos. Tomé una musculosa de algodón blanca y unas zapatillas. Como dos niños traviesos huimos conteniendo las carcajadas.
El departamento de Renata tenia un olor humilde tapado con incienso, dos habitaciones y un living bastante amplio en el que había un grupo de chicos y chicas que tocaba la guitarra y cantaban.
Saludé cortésmente , hasta que Renata me llevó de la mano hacia una habitación al final del pasillo. Me desnudó con brutalidad y me empujó contra una pared, y me desnudó en un movimiento. Desaté un nudo de su biquini lima que cayó hasta sus tobillos
El colchón de una plaza sufría nuestra pasión. Renata tenía mucha fuerza y una animal manera de amar. Inmovilizaba mis muñecas y marcaba el ritmo del encuentro, cada embate era una acto de maldad. La oscuridad a nuestro alrededor era menos profunda que la piel opaca de Renata. En la penumbra de la habitación era una pantera acechando
Alguien entró a la habitación sin preguntar, se iluminó nuestra intimidad pero Renata pareció ignorarlo. Luego entraron dos mas, creo que se detuvieron a mirarnos, intenté decir algo pero Renata me hizo callar mordiéndome los labios.
Entre los quejidos de la cama de pino barato, escuché tambores y voces.
Un creciente temor fue corriendo el velo erótico de la escena, pero Renata no tenia ningún interés en detenerse y yo no me animé a interrumpir su ataque. Ya había perdido de vista mi placer, solo quería irme.
Luego de unos espasmos exagerados, Renata se levantó agitada y salió de la habitación, al abrir la puerta un resplandor fuego y el pulso de los tambores retumbó en mi pecho.
Rápido, antes, de que regrese me puse el bañador, no encontré la camiseta. Caminé hacia la puerta pero me congeló una imagen tenebrosa.
Desnuda, Renata bailaba en el centro de sus amigos que cantaban a los gritos. Bebía a borbotones de una botella sin etiqueta, con la otra mano sostenía un cuchillo de cocina. En un circulo de velas el cuerpo de un animal muerto se desangraba y en un rincón un hombre permanecía atado a una silla, amordazado y con cara de terror. Los pies de Renata se despegaban del suelo haciendo un chasquido en cada paso, marcando las huellas rojas de su danza.
Quedé mirando sin parpadear por un rato, hasta que Renata clavó sus ojos en mi. Habló y su voz sonó ajena, como un trueno. Comenzó a caminar hacia mi. Sus compañeros aumentaron el ritmo de los tambores, comenzaron a observarme y a repetir a una palabra africana.
Abrí una puerta que había a mi derecha, cerré con llave y la bloquee con mi espalda contra ella. Un pequeño lavabo, una ducha con un calentador eléctrico y un pequeña ventana de vidrio opaco parpadeaban a la luz de un tubo. A mi espalda los golpes hacían crujir la puerta hueca.
El corazón me latía como un bombo, maldije mi testosterona y la hora en que se me ocurrió hacer este viaje.
Abrí la ventana, un piso mas abajo había un jardín y una reja lo separaba de la calle. Como pude saque primero una pierna y luego la cabeza. La puerta comenzó a ceder a los golpes hasta que saltó la cerradura la puerta se abrió como una cachetada. Vi un racimo de caras furiosas, miré otra vez hacia abajo, me colgué de los brazos y salté. Caí en el jardín y mis rodillas crujieron, me levanté como pude, subí a la reja y salté a la vereda. Antes de ponerme a correr mire hacia la ventana y vi las caras amenazantes que movían sus bocas, aunque yo no escuchaba nada, solo veía la cara de Renata furiosa. Con sus narinas abiertas, se paso el dorso de la mano por la boca y una pincelada roja le cruzo el mentón.
Corrí por las calles de Salvador. En cada recodo había precarios altares, velas, flores. Tambores, sombras, romero y licor. Desorientado, caminaba descalzo. Los adoquines húmedos reflejaban las luces que colgaban de los balcones formando manchas rojas, verdes y amarillas. Sin dinero, sin teléfono, sin zapatos. La humedad era sofocante, el sudor caía, recorría mi cuerpo y regaba como una ofrenda mi escape. Pisé un charco de pis, y otro. Los espíritus esclavos jugaban conmigo, desde las sombras sentía que miles de ojos me perseguían. Dí vueltas en círculos por las calles trenzadas del Pelourinho hasta que un par de horas después pude encontrar el camino de regreso , el conserje intentó decirme algo pero al verme, la cara se le desmoronó y volvió a su oficina.
Subí por la escalera y abrí la puerta, dentro del baño se escuchaban risas y ruidos bajo la ducha. Me desplomé en el sillón a esperar que llegue mi alma. Hundí la cabeza en mis manos, mis pies estaban inmundos. Me quería bañar. Creo que dormité por un instante, soñé su presencia, su voz. Nuevas carcajadas me despertaron.
Caminé hasta el baño para preguntar a mi compañero si faltaba mucho cuando vi la puerta entreabierta de su habitación. Presioné con mi hombro suavemente pero algo la trabó. Empujé mas fuerte , algo se rompió. Las piedras rojas de una tobillera rodaron por la alfombra gris y una bikini verde colgaba de la mesa de luz.
Agarré la billetera, el pasaporte y me largué. Por debajo de la puerta del baño subía vapor y música trance.

domingo, 24 de julio de 2011

Máncora


Repasé todo lo que hice mal, tragué otro buche de pisco caliente y aceleré un poco más. El norte me aleja de casa pero no pienso en volver.
Si el diablo vive en algún lugar, seguro es el desierto, en alguna cueva bajo la arena, en una sombra que sólo él conoce. Perdido aquí aceptaría cualquier pacto. Asomo la cabeza por la ventana y el aire caliente me seca la nariz , solo veo cactus que parecen acompañarme pero se pierden en espejos que corren hacia el horizonte. Acelero más, el motor gasolero es un caballo agotado; subo el volumen y la guitarra negra de Buddy me rescata una vez más. Espero llegar a Máncora a pasar la noche, y al otro día continuar hacia Ecuador.
Máncora cuelga sobre la costa del pacífico, tiene un mar salvaje y ese halo ilegal de los pueblos fronterizos. Encontrar un lugar para dormir no fue difícil. Bajé de la camioneta y sufrí mis vertebras crujir cual mueble viejo. En el umbral de la puerta colgaba el letrero de madera que se hamacaba sobre un perro que a la sombra honraba la siesta. Era temporada baja y pude elegir un cuarto con vista al mar. Subí los dos pisos por escalera cargando mi insufrible mochila. La habitación invitaba a quedarse a vivir, el baño era a cielo abierto y las paredes estaban revestidas de hojas de palma. Al pie de la cama había una gran ventana y un balcón que asomaba al Océano Pacífico.
Tiré la mochila en un rincón y bajé a beber una clara.
Una pérgola de cañas rodeaba a la terraza de arena que se extendía hasta la costa del mar. Con el último parpadeo del sol las velas comenzaron a esparcirse , eran luciérnagas sobre las mesas de madera. Bob Dylan acompañaba con su voz de vieja los arrumacos de dos adolescentes con rastas. Como el ambiente romántico insistía en eludirme, decidí acompañarme con una jarra de sangría fría. Busqué algún acento afín, pero ninguno de los huéspedes parecía ser local.
Llegó la sangría y llegó el ceviche que me llenó de frescura de lima y cilantro. Me preparé para saborear la carne blanca de un lenguado.
– Boa noite .
_–Hola –dije con el tenedor a mitad de camino del plato y mi boca.
–¿Interrumpo?– me preguntó una morena, y se acomodó un bucle caprichoso tras la oreja.
– Nunca– alcancé a decir y me levanté a acercarle una silla para disimular la sorpresa.
– Meu nome es Nina. Um prazer
Cuando reía se le formaban dos hoyuelos decoraban una expresión de aniñada picardía, los rizos rebeldes que caían sobre sus ojos le daban un toque de misterio. Tenía los hombros rectos y elegantes y sus manos giraban en el aire como una hoja seca. Nuestro portuñol fluía entre el vino ,el brillo de sus dientes blancos y sus ojos negros. Lugares visitados en común, alguna ilusión de una vida mas cercana a la naturaleza en un futuro no muy lejano y toda clase de coincidencias acompañaban mis inminentes ganas de devorarla viva.
El mozo barría el patio, una lámpara se mecía bajo la galería de cañas y el perro de la entrada dió varias vueltas antes de recostarse al pie de la escalera con quejoso suspiro..
– Quieres algo mas de beber?– le ofrecí.
– Mais uma caipirinha, y nos vamos. Se puso de pie y a pesar de algún balanceo sostuvo intacta su gracia. Se adelantó unos pasos y sus caderas hicieron flamear su fino vestido azul, era una sirena con los sandalias en la mano. Borrachos, conocimos cada rincón de la escalera entre besos salados y mordidas. Encontré como pude la cerradura y abrí la puerta. El tul sobre la cama era una medusa blanca flotando en la brisa y la luz de la luna se derramaba sobre la sabanas de hilo blanco.
Fui al baño y me busqué en el espejo, como para contarle a alguien lo que me estaba pasando. Miré al cielo, agradecí a las estrellas y me apuré a regresar antes de que el alcohol pasara a ser el peor enemigo.
Desde atrás la luz encuadraba la ventana y bañaba el balcón, la cama y la pierna derecha de Nina que estaba tendida de costado.
– Ven aquí, gostoso–me dijo y apoyó en la mesa de luz el vaso con restos de azúcar y lima.
Rodamos de lado a lado de la cama enredados en bikinis, arena y olor a coco. Descubrí con lentitud cada recodo de su cuerpo, probé la sal de su piel y su sudor primitivo.
La marca de su bañador iluminaba un camino blanco, la cadera y los omóplatos eran una duna que el viento moldeaba en esa noche de febrero. Contorsiones, susurros en portugués. En el momento en que comencé a creer que nada de lo que pasaba era un sueño, un estruendo cercano nos congeló.
Luego un segundo de silencio. Otro y otro mas.
Nada.
Intenté convencerla de continuar alegando que sería un gato corriendo por el techo pero mientras divagaba explicaciones una enorme sombra se proyectó sobre nosotros cubriéndonos como un eclipse. Nina volteó la cabeza, soltó un grito corto y de un salto se puso de espaldas, se cubrió con la sabana hasta la nariz y me dejó con las manos sosteniendo una cintura invisible. Miré por sobre mi hombro y encontré la figura de un hombre parado en el balcón, mirándome con los brazos cruzados sobre su generoso abdomen. No recuerdo haberme sentido tan vulnerable en mi vida, desnudo, de rodillas y con mi deseo en evidencia a la luz de la luna frente a esta enorme irrupción que me escrutaba en la oscuridad.
Dió un paso hacia adentro y se detuvo al pie de la cama. Lo siguió una estela de alcohol y transpiración. Me observó en silencio unos instantes y comenzó a caminar alrededor de la cama. Tenia un tatuaje al costado de su cabeza calva. Pasó a mi lado, se metió en el baño y prendió la luz que iluminó un rincón de la habitación.
El grifo chirrió al abrirse .El hombre murmuraba algo mientras dejaba correr el agua. Sus manos se refregaban lubricadas por el jabón y soltaba un sonido húmedo. Cerró el grifo y se secó las manos mientras cantaba una cumbia peruana que decía algo de una suegra.

Apagó la luz y caminó hacia nosotros, recorrió a Nina con la mirada y con ternura observó sus ojos que se asomaban por debajo la sabana. Bordeó la cama haciendo crujir el piso de madera con sus pies descalzos y se detuvo frente a mí. Lentamente comenzó a levantar su mano derecha. Nina se estremeció detrás mío. El tatuado extendió su brazo hacia atrás y tiró una la lámpara que estalló contra el suelo. El perro soltó un ladrido seco que retumbó en la noche. La sombra sostuvo la mano sobre mi cabeza, cerró el puño y pareció dudar. No pude evitar cerrar los ojos. Su risa fue llenando el vacío de la habitación hasta ser una carcajada. Dejó caer su pesado brazo y mostrando su dentadura incompleta me extendió su mano.
–¡Lo tenemos todo compañero, lo tenemos todo! –me decía mientras me sacudía.
Liberó mi mano y se fue al balcón, donde perdió su vista en las estrellas. Hundió el dorso de sus manos en la cintura , levantó el pecho, respiró hondo y dijo algo incomprensible. La miré a Nina y levanté los hombros con desconcierto. El visitante bajó la cabeza , dejó escapar un suspiro y pareció comprometer su equilibrio por un instante, medio paso a la derecha y otro en diagonal provocaron que perdiera la vertical y desapareciera por la baranda del balcón. En su caída atravesó la pérgola de cañas del primer piso y golpeó contra el techo de la planta baja, rodó por las tejas que sonaron como un xilofón de barro y cayo en la arena, como una bolsa de papas. Un quejido fue lo último que escuché de su boca.
Intenté convencer de Nina de continuar nuestro romance pero la situación era irrecuperable.
El vestido azul cayo sobre sus caderas como un telón, recogió las bragas del suelo, las metió en el bolso. Se fue y me dejó con el eco de lo absurdo flotando en el aire.
Me senté en una silla de bambú a mirar el mar, y fumando un cigarrillo busqué alguna moraleja en la experiencia vivida. Una explicación del orden divino o las constelaciones. Quizás el karma. No la encontré.
A la mañana siguiente desayuné en la misma mesa donde la conocí, pero Nina no apareció. Pedí un zumo y unas tostadas de pan de centeno, para justificar un cigarrillo.
Desde el fondo de un pasillo unas voces anticipaban la llegada de una pareja, el tono de la mujer fue subiendo y se confirmó en insultos y recriminaciones. Unos pasos detrás de ella apareció el pelado de la cabeza tatuada con una con una pierna enyesada y sostenido por muletas. La mujer pagó la cuenta sin dejar de gritarle y amenazarlo. El hombre levantó la vista del suelo y me encontró mirándolo. Resignados sostuvimos una mirada de Comprensiva complicidad. Siguió en silencio a su esposa y yo dejé dos soles de propina.
Una noche lo tuvimos todo.

jueves, 16 de junio de 2011

Tiempo de descuento

Llegaba tarde como siempre. Aceleró. Cruzó dos semáforos en rojo y entró al club sin darle tiempo al encargado de pedirle el carnet. Estacionó el coche sobre la vereda. Era el partido final y no quería perder ni un minuto.
Entró al vestuario desierto, todo el equipo estaba ya haciendo el precalentamiento en la cancha. El aire era pesado y húmedo, cargado de virilidad. Atropellado, se sacó en un movimiento la camisa y la corbata. Dejó caer el pantalón y los calzoncillos y se los quitó como si pisara vino. Abrió el bolso y sacó primero los botines, luego las medias y el short. Afuera, los ruidos secos de la pelota lo agitaban aún más.
Otra vez no haría a tiempo de vendarse los tobillos, se subió las medias y acomodó el pantalón un poco debajo de la panza, donde le apretaba menos.
Antes de ponerse la camiseta se dio cuenta de que se meaba. La colgó en la percha y corrió hacia el baño como si tuviera tacones. Los clavos de los botines tecleaban sobre el piso de mosaicos. Atravesó la zona de duchas aún mojada del partido anterior.
Y al girar a la derecha su botín resbaló sobre un trozo de jabón deshecho en un charco de agua. El pie izquierdo cruzó por debajo de la pierna derecha. Su cuerpo se desestabilizó como si alguien hubiera tirado de una alfombra invisible debajo de él. Mientras caía, el hombre tuvo la fugaz visión de un borde de mármol.
Su cabeza golpeó sólidamente contra la mesada. El ruido sonó en su cabeza como un martillazo a un paquete de galletas.
Quedó tendido en el suelo, sobre su espalda. Tenía la boca abierta pero respiraba tranquilo. El suelo estaba fresco y flotaba en el aire un aroma de cremas mentoladas. La posición era cómoda y la sensación grata, hasta pudo haberse reído. Pero reparó en que de atrás de la cabeza brotaba abundante sangre. Intentó girar el cuello pero no podía mover un músculo. Cerró la boca y con esfuerzo tragó una bola de mucosa metálica. Con el rabillo del ojo vió como su propia sangre se mezclaba con el agua jabonosa de las duchas y formaba un hilo rosado que bajaba por la alcantarilla hacia el desagüe.
Inmóvil, recorrió en su mente la secuencia y tuvo la inexorable seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. Se moría.
No han pasado ni 4 segundos. La sombra que proyecta la pared no ha avanzado ni un milímetro, el partido todavía no comenzó.
De repente acaban de resolverse todas sus divagaciones a largo plazo, sus planes. Puede considerarse muerto, sólo, acostado en aquel vestidor. Pero abre los ojos y mira. ¿Qué ha pasado? Es una pesadilla? Que ha cambiado? Nada. Acaso no es este el mismo sitio donde vengo todas las semanas?
A lo lejos ve su bolso de cuero marrón, apoyado en un banco de madera blanco, su ropa de trabajo en el suelo, y la camiseta del equipo de amigos colgando de una percha, con el numero de siempre, el once. No alcanza a ver más allá pero sabe muy bien que a sus espaldas está el vestidor de damas, y que en la dirección de su cabeza, allá atrás están los juegos de los niños. Todo exactamente como siempre.
¿Qué pasa entonces? Es o no es otro jueves de futbol? Son estas las mismas duchas donde se bañó mil veces? Nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace un minuto, él, su persona no tiene nada que ver ya con el club, con sus amigos, con su camiseta. Ha sido arrancado bruscamente de su vida por un trozo de jabón y un pedazo de mármol Hace 2 minutos. Se muere.
Pero se resiste, no puede aceptar la idea del final, mueve un pie y mira sus zapatos (están viejos, pronto tendrá que comprar unos nuevos).
No sabe que hora es, sus amigos lo deben estar esperando, quizás pueda jugar el segundo tiempo. Imagina su posición en la cancha, va a intentar patear más al arco.
Suena un silbato, empezó el partido. Son las diez de la noche.
Cierra los ojos y se concentra en los sonidos que entran por la ventana. Unos gritos, lo escucha a Javier, a Ernesto. Conoce a la perfección cada nota. El seco golpe de la pelota en la parte interna del pie, las pisadas sobre el césped, el ruido del golpe en un caño.
Tendido sobre su espalda , con las piernas estiradas, sonríe mientras escucha la música de la pelota inflando la red.

miércoles, 15 de junio de 2011

Cara y seca.

La puerta es alta y gruesa, con un marco de madera de roble tallada y está siempre abierta de par en par. Entrar por ella fue mucho mas sencillo de lo que yo pensaba. Las paredes son antiguas y descascaradas. Dividen, pero no tapan, yo veo. Veo las miradas que me evitan, veo las burlas, y la vergüenza que me corta. Veo la ironía y la soberbia de los que creen que sus ideas están mas calibradas que las mías, que sus grises son más reales que mis verdes.
A través de las grietas escucho sus voces que filtran lo que piensan y sus risas masticando miserias.
Y tengo miedo, y ya no quiero hablar, no voy a decir cuanto duele lo que sus muecas construyen. Ahora dudo de mi voz entre tantas voces, quedó mi juicio en un consultorio y la llave se la llevaron los pájaros que dejaron encerrado el eco de su aleteo, que rebota sin pausas en estas paredes. Aquí duermo encerrado en un abrazo del olvido, pero afuera me arrastro bajo dedos que me apuntan. La herida que separa estos mundos sangra en sustancias químicas, sutiles miligramos que llueven ácidos. Una tormenta sin girasoles. Una profunda tristeza que me deja afuera del orden y a Ud. adentro. O a mi libre y Ud. preso.
Hay momentos de mi vida que no recuerdo, como marcos vacíos en la pared, y aunque busco los colores sólo veo lástima y gente de espaldas. Amigos de espaldas, vecinos de espalda, miradas de espalda. Todos de espalda, menos mamá, que viene a escuchar lo que quiero decir. Me abraza fuerte y me trae galletitas de coco. Me dice que voy a estar bien, que vamos a ir a casa. Yo le digo que si, para que no se ponga mal, pero la verdad es que yo no quiero salir de acá, no quiero que me miren con esos ojos que secan. Afuera yo soy un loco. Y no soy nada más. Porque no hay un después para los locos.
Cuando todo se aquieta, aprieto los ojos y veo padres e hijos proyectados, volviendo a casa tomados de la mano.
Las paredes son sinceras, no cambian como las personas.
Las paredes no tienen espalda.

martes, 24 de mayo de 2011

De mañana

Ya no me hago un cuestionario al abrir los ojos cada mañana. Hace 3 meses que llegué y me siento como el verano, que se va instalando y poniéndose cómodo.
Alguna vez por semana, me despierto temprano y me voy a desayunar a una esquina del Poble Sec que queda lo suficientemente lejos de casa como para ir en bicicleta. Bajo por la bicisenda de Gran Vía que es un túnel de arboles y arbustos en flor, que se mezclan en una frescura cítrica.
Me gusta ver a la gente que sale de sus casas a trabajar, recién bañados, con el pelo aun mojado despidiendo estelas de limpieza de shampoo. Muy diferente del olor de la tarde que viene disimulado con un desodorante que perdió la batalla hace horas.
Mi mesa habitual está bajo unos arboles tupidos , que distraen al sol al menos unas horas. Me siento sólo, y dejo a la ilusión, sentada en alguna silla vacía.
La trinidad del desayuno, única e inseparable es, café con leche, napolitana con chocolate y jugo de naranja.
En ese orden de importancia. El café primero, por ese olor que me transporta como un concorde que se estrella de punta en imágenes de arenas tropicales, de música de cueros estirados por el fuego, de biquinis devorados por mulatas. La napolitana porque es familiar de las medialunas porteñas que se comen de memoria , sin apartar la vista del diario deportivo. Y el jugo de naranja porque es fresco y reconozcámoslo, tiene muy buena prensa.
Desde mi posición descanso la vista en un desfile de mujeres que pasan desplegando sus singulares coreografías , haciendo saludar a esas faldas que ya saben a primavera.

martes, 17 de mayo de 2011

Moebius

Para cualquier testigo con menos de cuatro pares de ojos, pareciera que flotase. La Ciudad Araña pende de hilos invisibles. Sus habitantes los saben, pero no parece afectarles, asumen lo suspensivo de sus vidas.
Viajando en una mosca vertebrada la ví, flotando entre las cuerdas de un harpa tropical. Tiene la forma de un reloj de arena brillante, que se expande sin pausa hacia los extremos, y gira en todas direcciones. Los bordes muestran una trama de hilos azules y destellos que intiman a cerrar los ojos. En el centro hay un octágono hipnótico que permanece inmóvil.
Sus habitantes tienen 8 extremidades repartidas bajo un caparazón líquido. Se desplazan de costado, y mientras cuatro ojos miran hacia delante, los otros 4 vigilan.
Las calles de la ciudad araña son perfectamente rectas y cada 8 brazas se cruzan en un distribuidor de 8 nuevas calles, cada una de ellas da a otro octaedro tridimensional, formando una red dinámica.
Cada 64 medidas se ubica un nido familiar, del que cada 8 semanas, nace una generación de 8 hijos, 4 machos exploradores y 4 hembras tejedoras. Primero parten los machos, hasta llegar al ultimo distribuidor, desde donde abisman sus destinos. Tras el rastro pálido de ellos, marchan las hembras, tejiendo de azul, la trama conectora.
No es posible volver atrás, el mandato vital es alejarse del centro del símbolo infinito.
Si por un error dos hermanos se cruzan en una disyuntiva, la hembra ignora como su hermano se deja caer hacia la nada.

lunes, 16 de mayo de 2011

Echo fuego

Viernes! Ahora siempre es Viernes, sí…
Sol! Es preferible el sol sin dudas…
Tiempo me sobra, aún estoy nuevo,
aún tengo tiempo de más...
Probé la vida y quiero más,
Tengo stamina de más y bonus para gastar.

Los días nublados de ayer,
hoy pasaron y no quiero saber
de andar con mochilas de amargos recuerdos,
Con el cartel que dice: "Pegue que no duele"
Por que hoy echo fuego!
Fuego! Cuidado te puedo quemar.

Solo! Más bien acompañado por nadie.
Fuera de control! Más despistado que el avión de Lapa estoy.
Me viene bien cualquier tren,
siempre y cuando tenga deseos de viajar en tren.
Y mientras tanto voy al estilo Nicky Lauda,
como Juana de Arco, en llamas,
No tengo nada que perder; soy el Diego en el '86,
juego y convierto eludiéndome a cuatro,
con el mismo pie izquierdo con el que me levanto…

Echo fuego... Sí, sí fuego!
Como el auto de Batman
Supercell de optimismo, Twister de emoción,
Fenómeno Tsunami, rocanrol del amor…
Enamorarse nada más que del amor en sí,
Del amor en mí

Los días nublados de ayer,
hoy pasaron y no quiero saber
de andar con mochilas de amargos recuerdos,

Como Houseman, en el '73. Fuego!
Como Robert de Niro en "Cabo de miedo",
Como Racing campeón después de 30 años,
Cantando con la voz de Mostaza Merlo,
Soy jinete sin cabeza y sin montura
y Serena Williams es mi caballo negro…

Love is in the air!

viernes, 6 de mayo de 2011

Montjuic

Subí a la bici con ganas de ir a la playa pero Montjuic era una opción de silencio mucho mas cercana. Son 5 cuadras en bajada, que hago sin pedalear, y 4 cuadras de subida intensa que hago con la ilusíon de que estoy entrenando.
Montjuic es un especie una montaña-parque , muy grande, con castillos, museos y bares.
Las tardes están lindas.Todavía no hace mucho calor pero las polleras ya huelen a primavera. Está muy buena Barcelona.
Me senté en el bar de una plaza, pequeña y muy vieja.En una mesa estratégicamente cruzada por el sol.La sombrilla, deba una sombra en diagonal que me cruzaba del pecho hacia arriba y me permitía leer y a la vez tener medio cuerpo al sol de tardecita.
Tomé el primer trago de cerveza y me puse a leer.
Las señoras de la mesa de al lado disputaban una competencia de agudeza vocal. Solamente el hecho de que algunas palabras locales todavía me causan gracia, me permitieron concentrarme en Cortázar en vez de perder mi atención en métodos para reventarles una silla en la cabeza una por una.
Leí 2 o 3 cuentos y cuando me distraía se me ocurrían grandes ideas de las que ya me olvidé, pareciera que el hecho de intentar recordarlas o darles cierta importancia las espanta.
Pensé en Bin Laden y se me ocurrieron continuadas teorías de conspiración. Me dí cuenta de que tengo una vocación natural a elaborar teorías conspirativas, y una gran facilidad para inventarlas. Pero también pensé el tema en general. Esta gente de la United States band busca durante 11 años a este chango que es tan importante que genera 2 guerras y no se cuantos miles de muertos. Después de ese fracaso, finalmente lo encuentran. Y lo matan? Y nadie dice nada? No lo capturan y lo enjuician. Lo matan. OK. Nadie dice nada. Acto seguido esta misma gente hace desaparecer el cuerpo. En el mar. De terror. Literalmente.Después deciden no mostrar fotos? Deciden? No es raro para nadie?
Obama anuncia, la banda aplaude y festeja.
No entiendo nada.
Escuché a las señoras estiradas de la mesa de al lado y pensé en el poder mundial que tiene el chisme. Como a cada una de las personas del mundo le gustan los chismes, contar lo prohibido, decir lo que no se dice. La moral indica no contar chismes, no develar los secretos, pero sabemos que nacen para ser eliminados, es su esencia.
Me reconozco chismoso. Pero aceptemos que el chismoso es muy importante. El hecho de contar historias en potencial desplaza la realidad a un lugar mucho mas libre y divertido.
Pensé que en realidad el poder del chisme mueve al mundo.
Pensé en viejitos, en chicos que juegan al futbol, y unas chicas que pasen al perro y comen bombón helado.
Y pedí la cuenta.
Y me volví pedaleando a casa.
A comer un buen jamón que mi boca de turista no termina de creer.

jueves, 28 de abril de 2011

Pasta de campeón

El zurdazo a la pera fue seco y contundente, antes de que su cuerpo toque la lona todos los que estábamos ahí sabíamos que era el final. La inútil cuenta de diez, el campanazo y lo de siempre, las cámaras y las minas volando detrás del ganador, como polillas encandiladas por un proyector. Y claro, a nadie le interesa ya, prestarle atención al caído, al Icaro de puños de cera, que intenta despegarse como puede de la lona, única que lo contiene y lo abraza.
Ahora empieza la otra epopeya, levantarse, estoicamente bajar del ring, con la mirada todavía fuera de foco, remontar ese pasillo con la cabeza fija en el suelo y ni mirar al costado, donde están los amigos que viajaron desde el pueblo. Baja por una escalera y entra a ese vestuario que una hora antes era un festival de excitación, un tobogán a la gloria segura. Ahora no queda nadie, solo él, con las manos aun vendadas, sosteniendo la cabeza, como tratando de retener algo de este crisol de imágenes y sensaciones que lo desbordan.
Si solo fuera esa costilla rota que no lo deja ni sollozar, o el sabor metálico de la sangre que le inunda la boca. Pero no, esos achaques hasta parecen ahora amigos, los compañeros mas fieles que va a tener durante un largo tiempo.
Mucho mas duele ver el castillo de ilusiones que ese piñazo aplasto despiadadamente; el terreno que le había prometido a la madre, el asado con el que lo iban a recibir en el club, todo preparado con camaritas de colores y la banda municipal, el crédito que había sacado para agregarle una habitación a la casa, el lavarropas. Como encarar esos planes derramados, todas esas ilusiones que ahora serán las cerraduras de su claustro.
“Dale pibe, que no queda nadie, es tarde y tengo que cerrar”, le dice el portero mientras barre los puchos del pasillo .”Anda para las casas, descansá, morfá bien, ahora ya está”.
En este batido de sensaciones que le amalgama las ideas, lo mas claro que le sale es calcular de que si se toma el tren que sale a las 1,31 va a llegar a eso de las 5 de la tarde a la estación del pueblo, cuando todos estén viendo el partido. Los vecinos que sin su permiso se hicieron socios de su esfuerzo, y que ahora estarán frustrados sin su ración de gloria.
Claro para la 1,31 faltan 2 horas todavía, entonces se sube el cierre de la chaqueta, levanta las solapas, y con el bolso mas liviano que nunca, y el cuerpo todo roto, encara la caminata, eligiendo las calles mas oscuras rumbo a Constitución.

Mal de altura


Ya no podía estar allí, cada pizca de pasado había transformado la casa en un salar. Facundo necesitaba aire, necesitaba paz; un tiempo lejos sería lo mejor.
Bolivia era el sitio más lejano al que podía ir con los puntos acumulados en su tarjeta de crédito. Metió a las apuradas su ropa en una maleta, olvidando todo lo que pudo.
Durante el vuelo, las imágenes en su cabeza galopaban sin dirección, “Como pudo hacerme eso? Ya no podíamos seguir juntos. Las crisis son oportunidades dicen los chinos. Tengo que dormir. Esa rubia me mira a mi? Si no me gusta la ciudad me voy a otro lado, o me vuelvo . Estará sola? Volver? Adónde? Ahora estoy sólo. Basta, se fue. Quizás... Que me saquen esta bandeja de una vez”
Al salir del aeropuerto , la cabeza se le partía desde el entrecejo hasta la nuca, moverse era como remar en el barro.
-Lléveme hasta el centro, por favor -le dijo al taxista.
-Como usted mande. ¿Argentino?... ¿Qué pasó en el mundial? Eh?... Es que el Maradona no sirve…
Que se calle ,que se callen todos. Me aturden desde adentro
Caminó como un autómata por barrios retorcidos, calles trenzadas por el tiempo. Todo era denso, el tránsito, su Soledad, las maletas, sus recuerdos.
“Pensión Diamante”, listo, me meto acá; no puedo dar un paso más. El pasillo era como la manga de un abrigo, al fondo , una señora de pelo blanco miraba una novela a todo volumen mientras se limaba las uñas.
— “Pero que cara…” . “Tómese un tecito de coca y recuerde: caminar despacito, comer poquito y dormir…solito”.
Sólo, como sabe esta vieja?
Le cobró por anticipado y descolgó de la pared un llavero de madera que tenia un 3 surcado con bolígrafo .
El cuarto estaba descascarado como una cebolla seca y olía como un cenicero. Dos camas, una encima de la otra, y al fondo una pequeña ventana daba a la cocina.
Se acostó sin sacarse las botas y se quedó dormido. Soñó con una lluvia de lágrimas saladas, con nubes bajas que lo hundían en espirales de arena. Soñó con ella. Instintivamente despertó, abrió bien grandes los ojos y la boca, como si saliera del fondo del mar. En un reflejo se levantó y golpeó la frente contra la cama de arriba. ¿Dónde estoy? Me ahogo. El corazón bombeaba en sus oídos, en sus sienes, en sus ojos. Como pudo sacó la cara por una hendija y se llenó la boca de olor a cuis frito y chicharrón. Tuvo que hacerlo varias veces hasta poder volver a la cama. Intentó tranquilizar su respiración, aquietar su mente, recordando aquellos ejercicios de meditación que solía hacer con ella. El ahogo le movía las tablas del suelo como dominó lisérgico.
De repente un mazazo sonó arrítmico a sus latidos; otro más y otro. Se escuchaban gritos en el cuarto de al lado y en cada golpe parecía que alguien quería tirar la pared abajo. Gritos cada vez más fuertes. La violencia ardía como la mecha de una bomba.
Con el último martillazo el silencio mortal.
Facundo quiso desaparecer, tenía temor de que se oigan sus palpitaciones, su parpadeo, el crujir de sus tripas. Deben saber que estoy acá, me deben haber visto, ¿quien no ve a un gringo? Van a creer que escuché todo; yo no escuché nada, lo juro, no se lo voy a decir a nadie.
Quedó inmóvil hasta que se asentó el silencio; sólo entonces se animó a mirar el vacío a través del ojo de la cerradura y, suavemente, abrió la puerta.
Estaba solo.
¿Cómo me escapo de La Paz?

martes, 26 de abril de 2011

38

A través de la ventana el cielo plomo confunde la primavera española con un otoño porteño Correrse de lugar cambia algunas cosas. Este 19 me encuentra en Bilbao, una ciudad sorprendentemente moderna hoy y tierra de mis antepasados, dicen los cuentos, la comida cambia torta por pinxos y mariscos, los saludos son menos y las camisetas del clásico son las del Athletic y la Real Sociedad.
Otras cosas no cambian nada, las agujas del reloj, que caen con mas ruido en ciertas fechas, los recuerdos que saltan y gritan como en una tribuna. No cambia la emoción con los saludos de amigos que a la distancia están cerca, como si fuera un otoño con milanesas en Buenos Aires.
Sobre todo, no cambia la sensación de saber que es un día raro, el mas personal de los 365. No cambia que miro hoy más para atrás que para adelante, y veo un camino que hoy me trae a Europa, pero que en cada curva siempre me deja ver a mis afectos que hoy extraño mucho.

martes, 12 de abril de 2011

Bici amiga


Barcelona no parece una ciudad, a pesar de ser grande e importante, no se vive la tension de una capital. Es posible ir de la montaña al mar en 30 minutos. El subte, el tren y al colectivo andan muy bien, paro yo prefiero la bici. Apenas llegue me anote en un sistema que se llama bicing. Pagas 30 euros por año y te dan una tarjetita con la cual podes sacar una bici en un lugar y devolverla en alguna estacion cercana a donde llegues.
Ya hace bastante calorcito, cada mediodía me pongo los auriculares y me voy hasta la playa a almorzar algo.
Esta buenísimo acariciar la ciudad en bici, es gratis, no contamina, y de paso se hace ejercicio. Debería ser ley.
Les dejo un video que no hice yo, pero es igual a cualquier día mío acá.http://vimeo.com/18785188

http://vimeo.com/18785188

viernes, 1 de abril de 2011

La pared

Desde la premisa que el rock y el futbol son las dos expresiones populares que mas me conmueven, esta estadia en Barcelona es el momento mas alto de toda mi vida como espectador. Ya vi a este Barca inolvidable de Messi y sus amigos bailar en el camp nou y ahora ver a Roger Waters haciendo The Wall, treinta años después. LLegué en bicicleta, la dejé a una cuadra, y entré al estadio San Jordi que es como un súper Luna Park.
Había sacado la entrada hace tiempo, sabiendo que ver este show, era una oportunidad única, como pudiera ser ver a los Beatles tocando el álbum blanco , o ver a Lennon tocando en vivo.
La oportunidad de poner sentir en vivo el eco de mi historia
Como en cualquier reencuentro las posibilidades de desilusión llevan las de ganar, The Wall, ocupa en mi memoria un lugar demasiado grande, por las veces que lo escuché, por lo que significa para todos los que andamos por los 40, por la película. Y porque pasaron 30 años, de lo que significaba escuchar Mother, In the Flesh o Vera hace 30 años. Lo que significaba una pared, lo que parecía locura y como cambió el mundo y como cambié yo.
Pero confrontar la realidad siempre es mas satisfactorio que la quieta duda, y esta vez fue un premio que sigo recibiendo. Cada una de las notas, cada melodía, cada letra, se volvió a grabar en mi, de nuevo, como si las oyera por primera vez, el sentido total de la obra trasciende las épocas y se impone como la obra de arte que es, atravesando épocas y prejuicios.
La segunda guerra, esta en Irak, hitler esta en Obama, el comunismo en el capitalismo, y Mother en el gran hermano. La educación, que no servía, tampoco sirve.
Empezó con In the flesh , y siguió todo el orden del disco, y mientras pasaron los temas
el escenario se fue cubriendo sin que me diera cuenta por bloques que formaban la pared donde se proyectaban imágenes que me sacaron a volar en nube por mi vida, desde el colegio secundario, hasta ahora. Aviones, chanchos voladores, muñecos, flores. Una maravilla cuando el arte y la técnica se encuentran para sumar arte. Roger esta intacto en sus 68 años, y el sonido esta impecable, pareciera que toca Gilmour y todo.
El show dura tres horas, y esta muy bien, es una verdadera opera rock, que vi mil veces y que jamas había visto en mi vida.
Les dejo un link y el deseo mas fuerte de que si tienen la oportunidad vayan a verlo.



http://www.youtube.com/watch?v=gfS_sAgFugQ&feature=BF&list=UL3Z5FFzwvelg&index=13


domingo, 27 de marzo de 2011

60 dias

Hace 2 meses ya que estoy viviendo en otro pais. 60 dias de intentar ser uno nuevo cada dia, de ser el chico nuevo de la clase. Con todas las posibilidades de ser uno nuevo, con todas las dificultades de ser nadie.
Barcelona es una ciudad generosa, te recibe con los brazos abiertos, esos brazos que son miles de callecitas que te abrazan entre la montaña y el mar. Se deja conocer facil, y eso ayuda mucho, propone una comunión, te da todo. Ahi esta el desafio, en saber tomarlo, no dar la espalda y mirarse el ombligo en un rincon. Para el atento la ciudad da todo, silencio y musica, oxigeno y humos, cursos, idiomas, bicicletas, playas, naturaleza.
Es una ciudad impresionante, donde dan ganas de vivir.
En esa ciudad elegi vivir, como tantos y tantos argentinos. Y aqui estoy.