Cuando era adolescente me
gustaba subir a colectivos de los cuales desconocía el recorrido. Me sentaba en
un asiento de los de la fila de a uno y me dejaba llevar por caminos nuevos. Y
no es que me alejara tanto, pero en aquellas épocas, Coghlan o Liniers se me alumbraban tan lejanos como Ushuaia o
Hanói. Cuando el llamado de la cautela sonaba, preguntaba al chofer como volver
a Retiro o, simplemente me quedaba sentado hasta que el móvil iniciara el
retorno. No existía un peligro real de perderme.
Aunque ahora me ubique mejor,
a veces tengo la sensación de estar fuera de mi recorrido, como si distraído en alguna estación mi colectivo
se hubiera ido sin mi, y por mas que lo corra y o siga con la mirada el
continúa alejándose apenas dobla la
esquina. Y me obsesiono con la idea de que mientras yo busco el camino de
regreso, mi vida continua su camino por una dimensión lejana, fuera de mi
alcance. Supongo que no soy el único, mucha
gente se siente, por momentos, extraviada de su propia vida. ¿Que hacer
entonces para diluir este grumo mental en la pasta homogénea del día a día? Hay
quienes se intoxican de trabajo, otros se entregan al alcohol. Muchos a quien
solo lo deslumbra el dinero. Unos se la pasan midiendo sus verdades con las del
otro, sin ver por la ventana. Diferentes métodos para no echar de menos aquel
colectivo, o aquella vida de la que nos hemos caído, o abandonado en un
movimiento entre voluntario y no.
En un intento de recuperar
esa vida, busco imágenes o sonidos que me remitan a ella, pero fuera de su
propia dimensión esos recuerdos son como una guía de paginas amarillas. Mis
héroes son muñecos sin pila, y estribillos mas estimulantes me suenan todos a
bolero. Como si una nube de humo opacara la memoria
Creo que mucha gente se
resigna y reconoce su desorientación como una suerte de retiro voluntario en el
que base de sofá, televisión y miedo se irán acostumbrando a ese barrio ajeno.
Por suerte todavía no conozco
todos los barrios de Barcelona y
busco el camino de regreso antes
de irme demasiado lejos.
Al ver al señor que espera
delante mío para volver a Plaza Cataluña me gusta imaginar que espera
tenazmente el regreso de su vida, donde quiera que este girando, para subirse
de nuevo a ella y vivirla, esta vez, con muchísimo mas coraje y gratitud que
antes.
Hay que estar al loro, por si
vuelve a pasar la vida por delante, para subirse de nuevo. Aunque sea en
marcha.
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