La
mayoría del tiempo me lo paso dudando. Comienzo el día dudando sobre lo que
soñé y, cuando el insomnio ya es remordimiento, dudo entre leer o bajar a la
heladera a comer queso. La duda es una hermana boba (no sé si mayor o menor)
que me tironea de la correa día y noche.
Ayer
me ví obligado a convencerla de que teníamos que ir al cumpleaños de la hija de mi mejor amigo. Al principio se
negó, pero ante la insistencia –de mi amigo- partimos hacia la calle 14 de Julio,
en Villa Ortúzar. El viaje en subte fue un martirio, cualquier cosa que la
hermana haga a regañadientes se transforma en un fusilamiento intelectual.
Dudé entre caminar del
lado de la vía o del cementerio con la ilusión de perderme, pero tres globos violetas y dos rojos pegados con
cinta en un portón de madera me desinflaron la coartada. Toqué timbre y al
abrir la puerta, era la foto de una pesadilla recurrente. Caminé por un pasillo
bastante ancho, donde repartí las sonrisas que pude, y algún saludo automático
que se repitió un para de veces. Por una hendija entre cochecitos 4x4 y
bandejas con alfajorcitos de maizena, divisé mi amarra para capear la tormenta
social, la última plaza libre de un sillón de tres cuerpos. Como era del lado
del apoyabrazos y contra una pared, me protegía del ejército infante y cubría
el flanco derecho de cualquier cuestionario acerca de mi eterno estado de
soltería.
Apuramos
el último paso, y desde aquel rincón, entre la chocotorta y el café, armamos el
panóptico ideal para resistir, según mis cálculos más optimistas, al menos dos
horas.
Intenté
en vano permanecer neutral, pero tanto corneta y guirnalda eran cocaína para mi
indecisa compañera. Las mujeres, por un lado, hablando al mismo tiempo de temas
recurrentes ¿Se ponen de acuerdo en el temario cíclico -niñera, obra social, jardín
de infantes-? ¿Cuál habla y cual escucha cuando hablan todas a la vez? Pensé
que, quizás, cada tanto hay un intervalo de descanso en el que respiran, y
ordenan la información antes de empezar de nuevo. Los padres, se atrincheran
alejados en tríos, o pares dobles. No hablan tanto, o más bien se alternan entre
hablar, o asentir con gesto resignado en el sentido inverso de las agujas de la
felicidad. No pude escuchar bien porque hablan en una frecuencia inferior a la
femenina, pero por la gravedad del talante
supongo que política, la muerte del sexo
o alguna otra crisis dominaban el temario.
El
mundo de los niños nos resultó mucho más difícil de codificar. Casi no tenemos
experiencia en el asunto y como no manejan los rituales de la cortesía es
difícil indagarlos. ¿Dónde aprenden esas canciones de intérpretes que ni sé
quienes son? ¿Cómo recuerdan las letras y sobre todo, porque las cantan a los
gritos? ¿Este mismo infierno se repite en cada hogar día tras día? ¿Será que el
antídoto contra la duda marital es el ruido constante? ¿Cuánto cuesta organizar
esta jodita? ¿Y la ropa canchera de estos enanos? ¿Y los juguetes? El que
regala juguetes más caros, ¿se gana el favor de los nenes? ¿O el de sus padres?
¿Cómo
sostienen estas parejas la idea de verse las caras para siempre? ¿Sueñan
despiertos con la luz al final del túnel? ¿Cuando sus hijos sean grandes y
ellos jubilados? ¿O será que la ley de lo urgente, disuelve toda duda? ¿Dudan
los demás? Me ví en un espejo y pensé que mientras yo titubeo, a los demás se
le caen certezas como a mi se me cae el pelo.
Cuando me quise acordar mis dudas ya habían
tejido una red de la cual no sabía cómo salir y empecé a hundirme en las incertidumbres
mas profundas. Los envidié a todos, por su coraje, su inconsciencia o lo que
sea que los anima. Y entonces me sentí malo. Muy mala persona.
Y no me gustó nada, porque a nadie le gusta
saberse malo, y me esforcé por fantasear ideas positivas para acallar los
caprichos de mi hermana. Como una rebeldía para invertir la carga. Me imaginé podía
ser sociable, que tenía muchos amigos en todas partes del mundo. Que no me daba
pereza llamar por teléfono a mi madre o invitar a comer a mis vecinos, para
estrechar los lazos. Me inventé que no quería salir corriendo para volver a
casa, a mis libros, a la comida en la cama mirando televisión, volver a mi
rabia, a mi odio, mi frustración, mi desasosiego, mi página en blanco, mi remordimiento,
mi insomnio. Y si hacía un esfuerzo mas podía imaginar que ser pelado no es tan
malo y que cumplir cuarenta puede ser un momento muy feliz.
A
pesar de que me costaba creerlo, me ilusioné y se ve que lo hice bien porque me
encontré con que el sol había caído, y que quedaba poca gente. Con un optimismo
creciente, busqué mi abrigo, agradecí, saludé y me fui. Pude sentir en el cruce
de miradas con mi amigo un alivio cómplice.
Caminé
en silencio para no despertar a mi hermana y seguí con mi ejercicio para dejar
de ser malo.
Fantasee
con que puedo ser feliz con lo que la vida me dió, que no envidio el futbol
brasilero, y que no deseo que River vuelva a la B. Bajé a saltitos la
escalera del subte mientras imaginaba que me apasiona la música clásica, que
puedo pasarme la tarde entera tirado en el sillón escuchando un disco de jazz
(o dos, no tengo idea de cuanto duran) y que podía mantener la cocina limpia y
la ropa en el placard.
Me
senté en el asiento de felpa sintética roja, y mi castillo de bondad pareció
temblar cuando arrancó el coche. Hice un esfuerzo y volví al tema de la
sociabilidad, que era por donde había empezado. Repetí que no tenía por que
aburrirme en compañía de los demás ni volver a preguntarme “qué carajo hago yo
acá”. Mi hermana parecía espabilar para interrumpirme, pero antes de que hable la
primeree.
--
Nos tenemos que dejar de renegar con la vida.
--¿Qué
decís?--Me resopló
--
Eso, que hay que ser bueno, que la ironía no lleva a nada. Hay que ser buena
gente.
Ácida,
como una pila alcalina, me contestó:
--No
existe la “gente buena”, cuando lo clavaron a Jesús se acabó eso. Pavote.
--
No me refiero al sentido idiota de “gente buena”.
--
¿Entonces, genio de la auto-ayuda? Me dijo con los ojos cerrados.
--
No sé, quizás un concepto nuevo, uno que no se haya inventado todavía, le dije
entusiasmado
--Tenés
más dudas que yo. Despertáme en Congreso, dijo. Bostezó y se acomodó para
seguir durmiendo.
Casi
caigo knockout, pero tomé impulso
contra las sogas, y contraataqué pensando que acaso para ser bueno, haya que
ser un poco malo. Un poco yo, y un poco ella, especulé.
No
lo sé porque no creo que yo sea bueno del todo, pero tampoco tan malo. Pensándolo
mejor, hasta los mas malos son en el fondo un poco buenos, los domingos, o en Navidad
quizás.
Salí
de estas cavilaciones cuando noté que un señor en jogging, sentado al lado mío,
me vio gesticular en silencio. Me dió tanta vergüenza que mi hermana se despertó de golpe y me
arrasó con una estampida de pensamientos
horribles sobre todo el mundo (aunque también sobre mi mismo).
Faltaban
dos paradas para llegar a dondequiera que me llevaran esos túneles de ideas,
cuando el hombre del jogging me preguntó si el coche iba para el centro. Con
algo de pena le dije que iba en la dirección contraria. El tipo se quedó en
silencio unos segundos y al final me dijo:
--
Bueno, qué importa. Llego a la terminal y vuelvo.
Quedé
congelado por la simpleza con que tomó la novedad y supe que ahí había algo de sabiduría,
incluso de heroísmo.
Al
otro día me propuse viajar sin saber a dónde, pero cuando quise sacar el
boleto, mi hermana se adelantó y compró boletos de ida y vuelta para los dos.
No
es fácil ser bueno.
Es muy dificil ser bueno... Y más aún, cuando todo se pone en DUDA.
ResponderEliminarPero, al mismo tiempo, qué seríamos sin esa duda?
Hermana duda, sólo esta noche, dame un respiro...
Abrazo
Muy bueno Jorgito! Ahora voy a leerte el resto y te comento.
ResponderEliminarAbrazo grande!
Rastro