miércoles, 24 de julio de 2013

Ella






Estaba en la cola del banco, odiando a una señora que se demoraba en una charla con el cajero cuando en una distracción me invadió una idea para un cuento. Por su andar parecía buena, y me olvidé por completo del fastidio y del lugar. La idea era elegante y resuelta, me miraba desde un rincón como si nos conociéramos de otra parte o como si siempre hubiera estado en mí. Me abordó con tanta naturalidad que me sentí un poco intimidado y me hice el interesante, confiado en que no se iba a escapar. Pero el llamado del cajero me succionó de la escena y me apuré con mis cuentas impagas.
Cuando regresé a su encuentro ya se había ido, no quedaba ni su perfume de pelo recién lavado, pero no me preocupé demasiado, era una idea muy potente y además ideas como esa no se someten al olvido así nomás.
Pasó ese día, y varias noches y mi idea no volvía, por más que me esforzaba en recuperarla, su forma -mas bien mi recuerdo de su forma- se desdibujaba sin que pudiera hacer nada mas que añorarla. Por costumbre me baño por la mañana, pero en esos días me duchaba cada noche con un jabón de lavanda con la ilusión de que nos encontráramos entre sueños. En la mesa de luz, a un manotazo de distancia tenía preparadas una libreta y una lapicera. Lo peor de su ausencia era que no podía pensar en ninguna otra idea, cuanto más pensaba en su regreso más hueco soplaba el viento.
 Una mañana en que me quedé sin yerba decidí que lo mejor era sacármela de la cabeza, no iba a ser mi primer ni mi ultimo duelo, además si no había vuelto es por que no sería mas importante que cualquier otra  proyección de mis divagues.
Pero una tarde, en plena  mediación de divorcio con mi ex mujer y sus abogados  me pareció reconocer su sombra fugaz a través de una ventana de la única ventana de aquella oficina tan beige. Creo que nadie notó como me sobresalté e intenté mantener cierta presencia, pero estaba tan pendiente de darle caza a la fugitiva que para ser sinceros no comprendí una palabra más de lo que estaban diciendo. Me puse muy ansioso, e inventé una excusa para salir decidido a retenerla de alguna manera, pero cuando llegué al pasillo solo quedaban unas pisadas de tacos que la alfombra nueva iba evaporando. Volví tan decepcionado a la sala que ni escuché que la mediación había fracasado debido a mi falta de interés. Mi ex masculló algo de mis capacidades de siempre y que no quedaba más alternativa que ir a juicio. Su abogado y el mío parecían finalmente coincidir en algo.
Salí del edificio, un grumos de gente se cruzaban delante de mis ojos,  y yo en mi doble derrota no sabía para que lado moverme. Lo primero que pude pensar era si así se sentiría un K.O. Necesitaba alguna certeza y, caminé corrientes a contra sentido hacia una pizzería amiga, porque en momentos de duda no hay nada más seguro que una porción de pizza de parado en Guerrín.
El queso de la pizza se alargó en varios pingüinos del vino de la casa y charlas con desconocidos. Todos parecíamos añorar alguna idea perdida entre resignación y borrachera triste.
Cuando me di cuenta de que ya estaba bien de autocompasión, me fui tanguear mí viernes en las librerías de usados. Entre los LP de Almendra y un póster del polaco me sonríe ahora un papa argentino. Amenazado por la resaca que asomaba me puse a  revistas radiolandia con la ilusión de idearla desde alguna foto, o al menos de olvidarla para siempre. Seguí corriente arriba y cuando cruzaba Callao, en el medio de la avenida aflora, con la naturalidad de alguien que salio a comprar otra botella de vino y volvió. Me quedé pasmado, parecía que nunca estaría para recibirla. Una bocina de colectivo me violó los oídos y de un impulso aterricé en la vereda. Ella seguía ahí, mirando por detrás del hombro, y esta vez parecía dispuesta a quedarse conmigo. Para no asustarla disimulé mi ansiedad de retenerla y busqué mi libreta en los bolsillos, pero solo encontré un puñado de billetes arrugados. Al menos la borrachera no me había arruinado económicamente. A mi alrededor todos los locales estaban cerrados o sus empleados baldeando las veredas. Cada vez que nos encontrábamos el universo parecía una cornisa. Confundido llamé a un taxi agitando el brazo, y pensé que ya tenía todos los movimientos de un viejo. Los vidrios estaban empañados, menos el de adelante, que el taxista insistía en limpiar con una franela que dejaba un camino de pelusas amarillas. Con apuro, para que ella no se moje y le pedí al taxista un papel y una birome.
Me puse a garabatear en la oscuridad las líneas de la historia, siendo fiel a esa figura que me miraba como a través  del humo, pero la birome tosió dos hilos de tinta y se secó a traición, como el agua caliente en plena ducha. Sentí que se escurría como por el espiral que hace el agua en un lavatorio, pero antes de que se vaya hendí un garabato con la punta seca de la birome en el papel.
Llegué a casa, me caí en la cama desecha y me quedé dormido con las zapatillas puestas, empapado pero con la tranquilidad de que en el bolsillo de mi campera había quedado la huella de mi conquista.
Cuando me despertó el sol en la cara la resaca ya había tomado total control de la situación y mi estado de ánimo, busqué a tientas entre las ropa tirada en el suelo mi campera, metí la mano en un bolsillo y solo había un volante de un cabaret y un ticket de supermercado. Metí la mano en el otro y allí estaba el papel a rayas doblado como un fuelle. El alma me volvió al cuerpo.
Me senté en la mesa de la cocina frente a desayuno deshecho y alisé el papel contra el borde de la mesa, pero al abrirlo, en vez de apuntes encontré tallado sin tinta un número de teléfono. No tenia el 15 delante, por lo que deduje que era el número de una casa.
Marqué el número, apoyé el auricular en la oreja y lo escuché sonar. Una, vez, luego otra y otra. Quizás había marcado mal. Me tomé el mate, estaba frío. Marqué de nuevo. Tuuut, Tuuut, seis veces, siete veces. Ocho.
Una voz de mujer atiende y me dice con profesionalismo, “el número que ha marcado no corresponde a una idea en servicio”.
Otra vez se fue, seguro que no era tan buena.

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